Un abrazo de violencia simbólica
- Juana V. Carmona
- 28 feb 2023
- 4 Min. de lectura
parecen medidas bastante superficiales, que tan solo solucionan la apariencia de la plazoleta para que la habite el turista. Entonces surge la pregunta: ¿espacio público para quién? Sin una buena gestión, el arte no se hace suficiente para un florecimiento social de cultura ciudadana.
La Plaza Botero ha sido una parte importante de la cultura viva y material de la ciudad desde su inauguración en el 2000. El mismo Pastrana afirmaba que traería “arte, empleo, progreso y turismo”. Desde luego, muchas opiniones están de acuerdo con que una de las transformaciones urbanísticas y sociales más importantes del Museo de Antioquia, y el centro de Medellín, es la exposición al aire libre de las 23 esculturas de bronce que fueron donadas por el artista Fernando Botero. Con ello, logra transformar el espacio y las interacciones que allí ocurren, suponiendo una repetición de prácticas en las que las ciudades se proyectan para una producción y venta al público internacional, y no necesariamente a la localidad. Está intervención ha logrado poner a la ciudad como referente artístico, turístico y de patrimonio escultórico. O al menos lo fue hasta hace poco.
La degradación de la Plaza en los últimos años ha suscitado variadas discusiones y opiniones. ¿Quiénes habitan la plaza hoy, y quiénes la deberían habitar? ¿Para quién es la Plaza? ¿Es una Plaza para el arte, o una plaza de vicio? ¿Qué pasa con la seguridad del centro, y de este lugar en particular? Esto y mucho más se escucha en los pasillos de la Alcaldía, en las oficinas del centro y en redes sociales.
Partiendo de esto empezó, en octubre de 2021, la iniciativa “Un abrazo a la plaza de Botero” luego de que la pandemia dejara estragos en la percepción de seguridad de quienes se adueñan, viven y recorren este espacio. Una iniciativa que rompe con cualquier continuidad en las estrategias integrales de gestión del centro adelantadas en los últimos años por las alcaldías de Sergio Fajardo, Alonso Salazar, Aníbal Gaviria y, en menor medida, por Federico Gutiérrez.
La recuperación del centro de Medellín, que hasta ahora se había valido de estrategias para abrirlo a la ciudadanía, peatonalizarlo y organizarlo, requiere dialogar con todos los actores y dinámicas que se hacen presentes en el espacio. Actores como comerciantes, transeúntes, trabajadoras sexuales, habitantes de calle, fotógrafos, artesanos, turistas y organizaciones sociales, o dinámicas como la informalidad, el desaseo o la delincuencia. Pero este dialogo no ha ocurrido, puesto que los eufemismos han sido el lenguaje común de la administración, para justificar decisiones arbitrarias que no traen ninguna solución de fondo a problemáticas de años, y que solo demuestran incompetencia por parte de una dirección que no asume la existencia de un conflicto urbano y social, que no se puede solucionar desplazándolo al otro lado de una valla, convirtiendo así la Plaza Botero en un espacio donde no se puede construir ciudad desde lo colectivo.
los eufemismos han sido el lenguaje común de la administración, para justificar decisiones arbitrarias que no traen ninguna solución de fondo a problemáticas de años
Sin desconocer los trabajos que se han adelantado para mejorar las condiciones del centro histórico, como el corredor comercial de la Avenida La Playa o la brigada de “Centro conSentido”, que incluía recuperación de jardines, jornadas de aseo, restauración y mantenimiento de las esculturas y un “aparente acompañamiento” a la población vulnerable. Finalmente parecen medidas bastante superficiales, que tan solo solucionan la apariencia de la plazoleta para que la habite el turista. Entonces surge la pregunta: ¿espacio público para quién? Sin una buena gestión, el arte no se hace suficiente para un florecimiento social de cultura ciudadana.
Además, los recursos invertidos en temas de seguridad, no se ven reflejados en resultados reales. Por el contrario, dejan ver la debilidad en el control del espacio público y generan segregación de ese otro que también lo habita, representando un retroceso para la ciudad. Como se explica desde varios medios, la seguridad en el espacio público entendida como una exclusión del otro, fracasa y vulnera completamente el derecho a la ciudad.
La privatización y mercantilización de la plaza, crea un nuevo modelo de ciudad que es deshumanizante, y elude la cercanía de los Medellinenses a los lugares propios donde se ha construido su cultura y memorias. Se rompe con la idea inicial de la plaza como espacio artístico, contando con el acompañamiento del museo de Antioquia para cualquier intervención como su principal cuidador, un espacio “donde la ciudad transite libremente”, de acuerdo con lo expresado por Botero.
Ahora bien, la forma como los rostros y las voces que han habitado la plaza han enfrentado estas medidas de cercamiento por parte de desmiente los discursos de que la calle es ignorante. Frente al abandono institucional en materia de seguridad, se crearon acciones colectivas organizadas por la gente común, para generar mecanismos de autoprotección y soportes legales ante los atropellos de una administración distrital que no conversa con sus realidades, dando así una posibilidad de hacer visible las necesidades, incomodando y haciendo control político. Así mismo, varias organizaciones civiles y colectivos han hecho un S.O.S por la recuperación del espacio para quienes han estado ausentes desde las medidas restrictivas, cargadas de indolencia social, que atentan su derecho al trabajo y como lo denominan ellos mismos, su derecho a la calle.
Finalmente, los discursos oficiales, que tienen alto contenido político, se disfrazan bajo narrativas románticas, usando palabras claves para designar la intervención como “un abrazo”, “plan de choque” o la plaza como “zona de protección especial”. Han manipulado su discurso para evocar lo que han destruido: las emociones de lo que históricamente ha significado el centro de la ciudad, desde su transformación social y estructural, en un sinfín de “lugares fantásticos” como el paseo Junín, los teatros y las catedrales. Desde luego, se siente el calor que se le da a la plaza Botero, desde las afueras de las vallas, con una ciudadanía que reclama con indignación el territorio que habitaba y resignifica una presencia identitaria difícil de tramitar para la ciudad. La presencia institucional permanente se hace necesaria, pero no con medidas tradicionales y retrógradas de vigilancia y fuerza bruta, sino con un enfoque multidimensional que sea sensible frente a las necesidades que trae esta crisis para reforzar el tejido social.
Fotografía: El Colombiano
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